Diario de viaje a los campamentos saharauis. día 5.

Por Álvaro García, maestro del CEIP Juan Carlos I (El Viso del Alcor). Fotografías de Paula Álvarez, Salec Hosein y el resto del equipo de periodistas escolares.

No fue la noche tan dura como se suponía que sería. Pero los síntomas de la gastroenteritis no remiten. Paula ha caído esta mañana. Sin embargo, nadie quiere perderse ninguna actividad a no ser que sea absolutamente necesario.

Hemos desayunado ligero, con cuidado. Los niños y niñas se encuentran bien y todo lo devoran. El pan, la leche, los zumos, alguna magdalena y aún les da el cuerpo para sacar embutido de cerdo y meterlo en un pan. Un poco de jamón no hace mucho daño al estómago, ¿no?

Paula se queda. No puede separarse mucho del baño. Así que el grupo se sube al bus donde nos esperan Mitji y Salek. Esta mañana el programa es muy completo y tenemos que recuperar una parte de actividades previstas para ayer. Así que nuestra primera parada es el centro juvenil gestionado por voluntarios que visitamos ayer y que tanto gustó a los niños y niñas.

12 años de actividad voluntaria han conseguido un centro bien equipado que programa excursiones y actividades y que complementa la oferta educativa de las Madrazas. Tiene mérito sabiendo que en esta tierra cuesta que germine una semilla, máxime si es un proyecto de índole social y de esta envergadura.

Salek, su director, nos espera ataviado con el traje de gala saharaui: una especie de chilaba hasta los pies de color claro y bordados dorados en el pecho. Un grupo de mujeres, con trajes típicos muy parecidos van a amenizar la mañana. Todas ellas son voluntarias y visten sus mejores galas. Su cara, protegida o maquillada con diversos productos para parecer más blanca. Alguna mujer nos contaba anoche que el afán de las mujeres es tener un color claro, el sol les estropea la piel, pero que los hombres les gustan morenos; para así aparecer en las fotos aún más blancas. Aunque no todas las mujeres pueden hacerlo ya que algunas tienen rasgos africanos y el color de la piel oscura, quizás con antepasados mauritanos.

Una veintena de niños nos espera en el patio del centro sentados sobre un suelo alfombrado y rojo. Son las 10 de la mañana, pero hace calor. Así que algunos cooperantes nos agolpamos cerca de las zonas con sombra. Comienza un acto alegre y las mujeres saharauis cantan y bailan piezas típicas y nos reproducen el típico grito saharaui moldeado con movimientos rapidísimos de la lengua. No todas las mujeres saharauis saben hacerlo.

Nuestros periodistas escolares salen a bailar invitados por las chicas mientras que los saharahuiyos y saharahuiyas nos miran asombrados. Hoy es día de colegio y no alcanzamos a comprender por qué esos pequeños y pequeñas no están esta mañana en la madraza. Tienen aspecto de ser más pobres que el resto. En los campos de refugiados también hay situaciones familiares diferentes.

Salek nos invita a entregar premios de agradecimiento a los voluntarios y voluntarias que han trabajado durante 12 años en el centro, una especie de brigada de trabajo educativo. Roberto, Adriano, Hugo, Carmen, Lucía y Celia colaboran. No se dan cuenta, pero son las estrellas de la expedición de cooperantes.

Pasamos adentro. Nos espera un desayuno suculento sobre una mesa alargada después de visitar las distintas aulas. Carne de camello seca, pasta de centeno, centeno tostado en grano, zumos, leche de cabra y camella y otros productos típicos delicadamente colocados hacen las delicias de los cooperantes. Es quizás la muestra de comida más diversa que hemos disfrutado. Todo extraño, pero riquísimo.

Protocolo nos llama para la siguiente visita: la escuela de enfermería de Dajla. Un centro contiguo al hospital donde se forman chicos y chicas jóvenes que en el futuro trabajarán en los dispensarios de las dairas o en el mismo hospital. Nos recibe su directora en un perfecto español y nos hace entender la importante labor que desarrollan. Las chicas y chicos parecen entender que la salud, siempre, pero en esta tierra más, es una cuestión prioritaria. Nos enseñan algunas clases y también el laboratorio equipado con diverso material sanitario y varios maniquíes para aprender a reanimar, atender o tratar a las personas y, ¿cómo no?, asistir un parto. A nuestros periodistas les llaman la atención, sobre todo, los maniquíes y, mientras la directora habla, ellos husmean y toquetean diverso material, les sacan algún pulmón o riñón a los maniquíes o se ríen con el aspecto de un esqueleto un poco destartalado.

Ya contamos que en Dajla hay más agua. Por eso podemos encontrar más plantas en diversos lugares. El patio de la escuela de enfermería tiene 2 jardineras grandes en el centro, que ocupan casi todo el espacio, y que contienen 2 pequeños arbolitos que dan una sombra muy agradable.

Salimos de la escuela de enfermería y pasamos a la puerta contigua donde nos espera un chico espigado, con barba y una bata blanca. Es un doctor del hospital que nos va a hacer de cicerón en la visita a pesar de estar de servicio. No es época de diarreas, ni de otras enfermedades; así que el hospital está tranquilo. El doctor es un chico joven, estudiado en Cuba, en un centro en Guantánamo, por lo que habla un español fluido que ya no es tan fresco como antaño.

El hospital es un edificio de una sola planta. El patio central da acceso a la puerta de urgencias y a la puerta de las consultas. Las consultas están abiertas desde las 8 hasta las 12. A partir de esa hora, se atiende a todo el mundo por urgencias, donde siempre hay un médico.

Pasamos por las consultas de especialidades. A pesar de ser un centro pequeño, hay consultas para pediatría, oftalmología, ginecología y alguna especialidad médica más. Entramos incluso en el laboratorio y en algunas de las 3 estancias para ingresados. Apenas hay nadie enfermo y sólo hay 2 personas en observación. La red de atención social y familiar y los dispensarios de las dairas o barrios, hacen una labor fantástica que permite no colapsar un hospital con capacidad para no más de 20 o 30 personas. El material es moderno, pero no hay mucho. Las camas articuladas, pero un poco antiguas. La higiene buena, pero puede mejorar. Y una capa de polvo cubre todo, incluso las máquinas de la sección de oftalmología. Encontramos carteles de Oxman Suecia por varios sitios del hospital y batas y material con el logo de la Diputación Provincial de Sevilla en la escuela de enfermería. Son quienes financian estos proyectos de envergadura y los que permiten reconstruir el hospital en caso de temporales, como ocurrió en 2015.

La expedición de cooperantes médicos que volaba con nosotros en el vuelo chárter que nos trajo hasta Tinduf, traen un ecógrafo que el personal médico está desembalando en el patio central. Asistimos en vivo y en directo a la importancia de la cooperación para el desarrollo de distintas comunidades. Sin la ayuda internacional de países como Argelia, Mauritania, España, Francia y otros, no hubiese sido posible el avance en los campos de refugiados.

Macarena, la mamá de Roberto, nos explica todo y pregunta experta al personal médico sobre material y condiciones. También algunos cooperantes mexicanos, algunos de los cuales son médicos o veterinarios. Eso nos ayuda a comprender el funcionamiento del hospital y, claro, no es como en Europa.

Antes de irnos, hemos tenido la oportunidad de escuchar la charla que Raquel, una matrona española cooperante desde 2016, ha dado a la caravana de mujeres sobre su especialidad. Trabajar como matrona en los campamentos es una tarea complicada. Las duras condiciones del ambiente disparan la tasa de mortalidad infantil y los problemas de alimentación dificultan la lactancia materna con sus consiguientes complicaciones. Raquel forma a matronas en Dajla y la matrona jefa, nos habla de la formación específica de las jóvenes que, después de 3 años de enfermería, tienen que cursar 2 años de especialidad. Actualmente, Raquel está trabajando para la implementación de partos ayudados por la biomecánica (en diferentes posturas, con ayuda física para mejorar la posición del feto o partos verticales al antiguo estilo saharaui). Todo es poco para mejorar.

Hoy es un día más aburrido para los Periodistas Escolares. Las actividades no están tan pensadas para ellos y ellas. Pero en los tiempos muertos inventan y se divierten. Las dos universitarias, Maro y Elena, son encantadoras y les acompañan lo mismo para editar un Tik Tok, que para subirse a la baca del autobús. Unos juegan, otros tiran piedras o conversan con el personal de protocolo que los vigila y los cuida. Ellas siguen ensayando la canción que las mujeres han compuesto para cantar en la marcha de mujeres de mañana viernes. Una letra pegadiza que suena una y otra vez, dentro y fuera del autobús.

Nos llevan a dos centros de mujeres. El papel de la mujer en los campamentos es relevante por su importancia, por la labor del día a día y porque han tenido que suplir, en muchos casos, a los maridos ausentes que iban al frente o en otras tareas. Sin embargo, el islam y la tradición las relega a las casas en la mayoría de los casos y les limita las relaciones. Algunas de ellas consiguen trabajar y salen de sus casas, se desarrollan como enfermeras, médicos o maestras. Las menos, salen a Argelia u otros países para recibir educación universitaria. Aunque nadie discute su relevancia al mando de las escuelas o las mismas dairas, es necesario que se avance en términos de igualdad y derechos, pues siguen siendo ellas las encargadas de cuidar y criar a sus hijos y a sus mayores. Las relaciones con los hombres están muy limitadas y su acceso a los espacios sociales, no está normalizada como en ellos, que gozan de mayor libertad para ir y venir e, incluso, para ir a la mezquita.

Una comida rápida, la última en Dajla, y vuelta a la caravana camino de Auserd. Nos espera un largo camino por mitad del desierto pedregoso.

Aunque el trayecto no ofrece más que un paisaje desolador por cientos de kilómetros, nuestros niños y niñas no están dispuestos a que el viaje sea aburrido. Como en una emisora de radio suenan los últimos éxitos uno tras otros en la parte trasera del bus a viva voz. El más cantado, la canción de la marcha de mujeres, una versión con música de Amaral y letra de las activistas. Sirve de ensayo general para la marcha de mujeres en la que estaremos mañana en Bojador.

Los adultos dormitamos, charlamos y preparamos la jornada del día siguiente mientras comemos algunos frutos secos o chucherías.

De repente, la caravana frena bruscamente en mitad de la nada. Es un sobresalto porque el frenazo es muy fuerte. Algo pasa. Los coches de protocolo se apartan en la orilla y 2 todoterreno Toyota Hilux se adentran campo a través en el desierto. Algunos de los conductores se bajan de los vehículos y entre nosotros cunde un cierto estupor a la vez que preocupación.

Observamos que nuestros amigos saharauis sitúan sus cuerpos en la misma dirección y empiezan, uno tras otro, a arrodillarse sobre la arena. Es la hora de la oración de la tarde. Y la parada es obligada. Salek y Mitji, los que vienen en nuestro bus, se inclinan hasta poner sus frentes sobre la arena para agradecer a su dios las bondades del día.

Tan rápido como paramos y mientras aprovechamos para estirar las piernas, los hombres de protocolo empiezan a gritar el ya acostumbrado ¡Yahla, yahla! Y todo el mundo sube despavorido a sus Land Cruiser y a los minibuses. El camino continúa y la caravana llega pronto a Roabouni donde se quedan algunos cooperantes. Nosotros seguimos 20 minutos más hasta Auserd.

Tenemos ganas de llegar a las casas donde nos acogen, descansar y disfrutar de un rato de calma en las casas. Nos han echado de menos y nosotros a ellos. Y, sobre todo, necesitamos la comodidad de una buena ducha y un baño mejor. Para los que hemos sufrido la gastroenteritis, además es un alivio.

En las casas nos tienen preparadas cosas diversas. En algunos regalos, en otras nos visten con la ropa típica saharaui y nos fotografiamos con ellos a estilo «foto familiar». Quedará un bonito recuerdo. A los últimos, una chica nos dibuja las manos con henna. A las mujeres al estilo tradicional saharaui. A los hombres, que no se hacen la henna en su sociedad, nos dibujan nuestros nombres en el brazo a modo de tatuaje. Con cuidado. Porque las mujeres no pueden tocar a los hombres en esta cultura.

La velada se alarga más de lo normal. Somos conscientes de que es nuestra última noche aquí. La siguiente la pasaremos en el aeropuerto. Les vamos a echar de menos. Por eso prolongamos las risas, las charlas… Ellos también nos van a echar de menos. No es habitual tanto ajetreo, tanta gente y tanta novedad en sus casas.

Nos vamos a la cama. Las chicas se han quitado sus plásticos para descubrir los dibujos en henna, se acicalan y se van a la cama. Nos despedimos. Ha sido un día maravilloso.

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