Diario de viaje a los Campamentos saharauis. Día 4.

Por Álvaro García, maestro del CEIP Juan Carlos I (El Viso del Alcor). Fotografías de Paula Álvarez, Salec Hosein y el resto del equipo de periodistas escolares del CEIP Ágora (Palomares del Río).

Suena la llamada al rezo de las 6. Inmediatamente después, nuestro despertador. Apenas tenemos tiempo de doblar las mantas que nos sirven de colchón y acicalarnos un poco cuando vienen a recogernos. El sonido del motor del minibús, se escucha en la puerta de la casa donde duermen Paula, Macarena, Elena, Roberto y Adriano.

Carmen no se encuentra bien. Yo, tampoco. Algo debimos de comer anoche que nos ha revuelto la tripa. Acostumbrados a la extrema esterilización europea, cualquier cosa aquí ha podido causarnos este episodio de diarrea. Nuestros cuerpos no llegan a los límites que los de los saharauis, hechos a la dureza del clima, la arena y las condiciones higiénicas.

Partimos rápido para Rabouni. Estamos cansados, pero en el ánimo se adivina la ilusión de un nuevo día y la expectación por saber qué nos encontraremos hoy. La luna y las estrellas nos acompañan por la carretera de asfalto que nos despide de Auserd hasta nuestra primera parada en el centro de protocolo de Rabouni, donde se alojan los cooperantes que se quedan en los campamentos en estancias más prolongadas.

Mientras llegan las expediciones de Cádiz, México y la de mujeres, esperamos en Rabouni al calor de un café que nos ha traído, amablemente Toufig, nuestro eterno acompañante saharaui. Los conductores se saludan con alegría. Aunque vivan en distintos campamentos se conocen y si no se conocen, da igual. Los saharauis tienen una hospitalidad extrema y cualquiera se sienta a tomar el té en cualquier casa y se saludan como hermanos. Lo mismo con nosotros, donde en las casas en que nos alojan nos consideran familia.

175 kms más de carretera asfaltada en mitad del desierto nos llevan hasta Dajla. El paisaje apenas cambia: una llanura árida, ocre, pedregosa a ambos lados de la carretera que se pierde en el horizonte. Cuando viajas por esa carretera es inevitable preguntarse cómo los antiguos saharauis se orientaban para ir de un campamento a otro.

Una breve parada en mitad del camino para homenajear a un médico español muerto en accidente de tráfico en este mismo lugar nos reúne a toda la expedición alrededor de un monolito. Los niños aprovechan para jugar con Toufig, que les ha traído una pelota. Fútbol en mitad del desierto. Quién se lo iba a decir.

La bajada por un altiplano y el control de seguridad saharaui dan paso a las primeras casas de Dajla. El aspecto de este campamento es muy parecido al de Auserd, quizás da sensación de un urbanismo más ordenado. A pesar de eso, las casas de ladrillo o cemento, da la sensación de que se han puesto en el lugar que les pareció mejor. En Dajla hay algunos árboles. Árboles grandes y frondosos. Apenas una decena, agrupados en 2 o 3 zonas cercanas, pero sorprende su verdor en los colores anaranjado y gris del paisaje. Aquí hay más agua y, por tanto, este es un lugar mejor.

Nos reciben todas las autoridades de Dajla en el edificio de la wilaya, que es como el Ayuntamiento. El gobernador y diversas personalidades nos esperan en fila para el saludo protocolario. Casi todo el mundo nos saluda en castellano. Nosotros estrechamos las manos de los hombres y hacemos un gesto con la mano en el corazón con las mujeres, a las que no se puede tocar. Las chicas sí reciben el caluroso abrazo o apretón de manos de mujeres ataviadas con su melfa. Las saharauis quieren tener la piel clara, por lo que algunas llevan, incluso, guantes y la cara tapada.

Nos sentamos en una sala enorme, dentro de un edificio bien acondicionado con baños, aire acondicionado, techo aislante, muchas sillas y megafonía. El gobernador y los miembros de las distintas asociaciones y colectivos hacen emocionantes discursos y todo el mundo coincide en perpetuar la lucha y el deseo de autodeterminación. Las mujeres han hecho una canción que ya ensayaban en el avión y que nos enciende el alma.

Seguimos con la visita. Los distintos grupos se dividen. Los Periodistas Escolares vamos con un grupo de mexicanos a la escuela secundaria. Decenas de adolescentes aguardan en la puerta con sus guardapolvos azules y rosas. Los adolescentes tienen un aspecto diferente a los niños. Su ropa está sorprendentemente limpia, como la de los adultos y las chicas ya no tienen esa imagen desaliñada. Pañuelos, trenzas y algunas tienen guantes. Nos esperan con saludos en castellano. Con curiosidad. Un poco avergonzadas ellas, que muestran poniendo sus manos delante de la boca o la cara. Descarados ellos, con algún que otro grito, chulería o consigna en español para llamar la atención.

La escuela secundaria 10 de Mayo parece nueva. Nos recibe su director. La estructura es igual a los de los colegios, con el patio central y la bandera saharaui ondeando.

Las clases son bonitas, bien pintadas. Ventanas de aluminio y olor a nuevo. En las aulas hay más alumnado que en los coles. A esta escuela vienen chicos y chicas de 4 dairas colindantes. Pasamos a ver los laboratorios. Están nuevecitos y tienen unos fregaderos a estrenar. Entramos en una clase, nuestros Periodistas se presentan y la timidez inicial da lugar a un alboroto adolescente típico de esta edad. Estudian arte, lenguas, matemáticas, sociales… También hay una sala de informática y un local donde otro grupo ensaya teatro.

La visita nos lleva hasta la guardería. Esta visita es la más tierna. La directora nos lleva clase por clase y vemos a niños y niñas desde 1 a 3 años. Ellos cantan para nosotros y nos miran atónitos. Quizás nunca hayan vivido un revuelo como este y miran a la multitud desde sus sillitas unos con simpatía, otros con miedo.

Es el momento de carantoñas. Nuestras niñas están encantadas en la guardería. Macarena y Belén, las mamás, miran a los bebés con ternura. Roberto, Hugo y Adriano aprovechan para subirse en un balancín.

Llegamos a la comida exhaustos. Protocolo nos aloja en casas de familias, igual que en Auserd. Nos dividimos en los mismos grupos y el nuestro se aloja en la casa de la familia de Fatimetu. Fatimetu y su hermana nos reciben con una multitud de niños en una casa grande con dos salas alfombradas donde vamos a comer, dormir y hacer toda la vida.

La debilidad de nuestros cuerpos empieza a hacer mella en algunos de nosotros. Carmen tiene algo se fiebre. Macarena, la mamá de Roberto, hace buenas sus destrezas como enfermera y nos cuida con mimo. Yo me encuentro n algo mejor, pero otros empiezan a presentar síntomas de barriga revuelta.

Pasada la hora comida nos llevan a un centro lúdico para que los niños y niñas andaluces se diviertan. Llegamos al local de una asociación capitaneada por 42 voluntarios que trabajan con niños y niñas en un espacio educativo y lúdico. Frente se encuentra el pozo surtidor que alimenta a los camiones del reparto de agua. En este paisaje, duele ver el agua derramada en el suelo. En el centro, una multitud de niños y niñas pintan, colorean, leen en la biblioteca o juegan a las sillas en un parque infantil que está en el patio del edificio. Nuestros niños y niñas se integran en una mesa para dibujar y en los juegos del patio. Nos divertimos a la vez que conectamos con los saharauiyos y saharahuiyas. Pero es poco tiempo. Prestos nos suben en los buses para ir con todos los grupos a las dunas de Dajla.

Hay 3 cosas indescriptibles en la visita a los campos de refugiados, sin duda. Una es la hospitalidad de los saharauis, realmente inusual. Otra, la inmensidad del cielo estrellado en la noche del desierto, con miles de estrellas y constelaciones en un firmamento limpio que se antoja puro. Y, por último, la sensación de libertad que da la arena de la duna entre los dedos de los pies.

Las dunas son impresionantes. Gigantes arenosos en pleno movimiento que nos invita a reflexionar sobre la pequeñez de lo humano y, ¿por qué no?, a la diversión.

Los niños y niñas suben por la arena y se mueven de duna a duna. Juegan y se revuelcan. Aprovechamos para compartir con los otros miembros de la expedición y nos encontramos con cooperantes de Cádiz y sus pueblos, algunos de los cuales se han encontrado con sus niños y niñas de acogida y se los han traído a las dunas. Nos hacemos fotos y disfrutamos de un rato libre y una merienda a ase de pinchos de camello, coca cola y té preparado sobre un montón de carbón.

Coincidimos con algunos cooperantes mexicanos que han llegado a los campamentos vía París-Argel-Tinduf. Se afanan por hacer visible en su país un conflicto a todas luces injusto y doloroso que se perpetúa la friolera de 47 años. Han organizado exposiciones fotográficas y han posibilitado acciones de concienciación en diversos lugares de México. Para los mexicanos, igual que para muchos españoles, la situación de los saharauis es completamente desconocida. Una de sus cooperantes nos contaba el efecto de cartas de niños y niñas saharauis en chicas mexicanas víctimas de violencia y abusos sexuales. Su testimonio, resulta extrañamente rehabilitador. Las curiosidades del sentimiento humano que se solidariza y empatiza con el sufrimiento de los demás.

Antes de abandonar la duna, los mexicanos nos invitan a participar en una ceremonia por el día de muertos, el día mágico en México. Y resulta un bonito momento de simbiosis entre todos y todas. Los adultos, siguen mirando con estupor y admiración a nuestros Periodistas Escolares. Quién sabe, quizás estemos abriendo camino para que otras expediciones de niños y niñas españoles y de otras nacionalidades puedan venir a conocer la realidad des este maravilloso pueblo, como señala Macarena. El orgullo por nuestra labor se percibe en las caras de hombres y mujeres.

Decidimos encontrarnos los 3 grupos de periodistas escolares en una sola casa para seguir compartiendo. Nos vamos a la casa de Fatimatu. Ella y su hermana nos preparan el té, 3. El primero, amargo como la vida. El segundo, dulce como el amor. El tercero, suave como la muerte. (Proverbio saharaui).

Los chicos y chicas se sientan dentro. Los adultos, en una esterilla sobre la arena entre la casa y una haima grande que se encuentra justo enfrente. Au que ha caído la noche hace rato, hace calor, bochorno, bajo un cielo nublado.

Cenan los que pueden. La gastroenteritis no termina de remitir en los afectados. Síntomas nuevos aparecen en algunos de nosotros y nosotras. La noche promete movimiento. Veremos mañana.

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Vente a las Jornadas Refugio el día 1 de diciembre en el Viso del Alcor. ¡Te contaremos todo lo que hemos vivido en este viaje!

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